Fernando Jáuregui, presidente del Foro ‘Periodismo 2030’ , premio Fundación Independiente Camilo José de Cela:

Ser independiente es complicado en cualquier profesión, en cualquier parte del mundo, en todo momento. Pero es mucho más difícil si hablamos de aquí, de ahora y del oficio de contar la realidad tal y como honradamente la vemos. O sea, si hablamos de periodismo en España.

*“Ser independiente siempre es complicado; pero es mucho más difícil si hablamos de ser periodista en España”

*“Es preciso lanzar un largo debate nacional sobre qué es ser independiente en el periodismo aquí y ahora”

*“Son los periodistas, por su independencia y por su afán de que no nos den cambio por liebre, los que han de encargarse de contar a los ciudadanos el gran Cambio que se nos viene encima”

*“Somos muchos los que estamos en la denuncia contra la opacidad, la inveracidad, las discriminaciones, y no lo hacemos por valentía, sino por nuestra supervivencia y la de la democracia, porque estamos al borde de llegar a un Estado iliberal, lleno de arenas movedizas y muy poca ‘tierra firme’””

*“Al independiente, al irrereverente, al indiferente, se le aplica ‘la legislación vigente’. Y lo malo es que aquí la legislación cambia muy rápido, en función de intereses particulares”.

*“El independiente es un ser molesto, que piensa que noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique”

 

Las opiniones son libres, los hechos son sagrados. De eso se trata: de no ocultar, disimular o magnificar, interesada y artificialmente, los hechos puros y duros. Distinguir el grano de la paja, incluso de la paja ‘artificial’, es una nueva tarea, la de la verificación -aunque la palabra ‘verificador’  hoy tiene demasiados sentidos–, que se viene a unir a otras muchas obligaciones  que ya teníamos sobre los hombros.

El periodismo no es profesión en boga ni de moda para los poderes clásicos de Montesquieu ni para otros poderes sobrevenidos que pesan sobre nuestras cabezas. Nadie nos quiere como cuarto poder…excepto, claro, ese otro cuarto poder que es la sociedad civil, que debería organizar, y no lo hace suficientemente, a la ciudadanía. Por eso la necesidad, a mi juicio, de que cada cual haga lo que pueda en este sentido: a mí ahora pienso que me ha correspondido lanzar debates como el que ahora propongo sobre la independencia del periodista.

A los periodistas nos encanta hablar de periodistas, valga la inevitable redundancia. Pero es necesario que reflexionemos acerca de cómo dar una mejor información a la sociedad, porque, tras la vida y la integridad física, la información es el mayor bien que posee la persona.

Por eso, en aras de una información rigurosa, parece necesario tratar de mantenerse ajenos a la enorme algarabía que vivimos en este comienzo de una época decisiva para la nación, para Europa, para el mundo. Una era de cambios tan profundos y tan acelerados que solamente los periodistas, por su independencia y su afán de que no nos den cambio por liebre, de que no sean poderes egoístas los que lo patrimonialicen, los pueden contar a la ciudadanía.

Para comenzar una etapa de regeneración, ha llegado el momento de volver a exigir que ni una rueda de prensa más sin preguntas o con preguntas tasadas ni con repreguntas vetadas. Fin a la opacidad disfrazada de discreción, fin de la inveracidad sistemática por parte de unos y de otros. Es un momento tan bueno como cualquier otro, pero ahora quizá más urgente, para denunciar las discriminaciones a quienes, con perfecto derecho y cumpliendo con su deber, son molestos, y entonces no son invitados a los viajes oficiales, ni a las ruedas de prensa, ni a las ‘copas navideñas’ ni a otras comparecencias.

Son muchos lo que estan en esta denuncia, no porque sean más valientes que nadie, sino “porque simplemente es nuestro trabajo y de que podamos ejercerlo plenamente depende no solo nuestra supervivencia, sino también, y no quiero ponerme dramático, la de la democracia”. Nadie, aquí, escucha al otro lado: el independiente no tiene grupos de presión que le apoyen, ni sindicato que le defienda ni, claro, patronal que le ampare, ni partido que le acoja –faltaría más, tampoco él lo podría consentir–, ni amigos influyentes que le animen a seguir en su senda. Sino más bien todo lo contrario.

Es más, al independiente le ocurre lo que al indiferente en la célebre frase atribuida, cómo no, al cínico conde de Romanones, según el cual al amigo el oro, al enemigo el plomo y al indiferente, o sea, al independiente, o sea, al irreverente, o sea, al no comulgante con ruedas de molino, la legislación vigente. Y en algunos puntos del planeta, no tan lejanos, la ‘legislación vigente’ cambia mucho y muy rápido, en función de vaya usted a saber qué circunstancias.

Y entonces el indiferente, o el independiente, o el irreverente, o el no creyente en muchas verdades oficiales u oficiosas, el equidistante, que es algo no tan malo como algunos de los extremos lo pintan, se encuentra ante una notable inseguridad jurídica. Casi en un exilio interior e íntimo. Sin que nadie le ampare en sus faltas de entusiasmo ante el relato de la superioridad, venga este relato de cualquiera de las tres Españas que han de helarnos el corazón

El independiente es un ser molesto, que recuerda lo que dicen las hemerotecas, y que piensa que noticia es solo todo aquello que alguien no quiere que se publique, y que lo demás es publicidad, como decía la frase atribuida, entre otros, a George Orwell y/o a lord Northcliffe  a comienzos del siglo pasado. Y el independiente curioso y machacón constata que mucho de lo que se viene publicando aquí y ahora es material que alguien SI quiere que se publique, y que se publica bastante acrítica y dócilmente, por cierto.

Los tibios, los que piensan que la verdad se sitúa siempre en porcentajes y que las botellas nunca están del todo llenas ni del todo vacías, como parece desearse en este bronco clima patrio, tienen aquí, en la tierra de la política testicular de confrontación, un mal pronóstico. Claro que el independiente no tiene necesariamente que ser tibio, o escéptico, o descreído. O neutro. No, que cada cual tiene su corazón y nada tiene que ver la independencia con mantenerse alejado de las opciones que cada cual prefiere.  Porque perfectamente legítimo es, faltaría más, que un periódico recomiende, como hacen muchos anglosajones, una opción a la que votar. Que un medio exprese opiniones más cercanas a unas formaciones o creencias políticas, económicas o morales que a otras. Esa es la riqueza del debate, y no por eso los medios dejan de ser independientes en el mejor y más ‘independiente’ sentido de la palabra, que es decir lo que les da la gana.

Quien se coloca en la tesis liberal atribuida a Voltaire, ‘yo, que aborrezco lo que usted dice, daría la vida para que lo pueda defender libremente’, tiene pocas posibilidades de sobrevivir en estas arenas movedizas, donde, por cierto, hay muy poca ‘tierra firme’. Porque, definitivamente, estamos en una era iliberal, y eso favorece poco la libertad de expresión tal y como la concibieron quienes lucharon por ella en tiempos bastante más negros, pero más esperanzados, que los actuales. Vivimos una era en la que lo iliberal, lo falso, el insulto, la agresión,  se fomentan desde los poderes y desde las propias redes sociales, que son unas fantásticas vías de comunicación, pero controladas por personajes estrafalarios que compiten por ver quién lanza la piedra más lejos de la realidad y del sentido común, antes de subirse a sus cohetes para colonizar Marte, “·allá se queden mucho tiempo”.

Ahora le toca al periodismo apostar por el Cambio, con mayúscula, que atañe a todos los órdenes de nuestras vidas. Los periodistas son los que tienen que contar ese Cambio sustancial porque la llama sagrada de la independencia les pertenece aún. Con todos los claroscuros que se quiera, pero les pertenece, aunque no sea en exclusiva. Y la nueva era que se nos echa encima es algo demasiado importante como para dejarlo en las manos exclusivas de quienes fabrican algoritmos a petición del cliente poderoso o de inteligencias artificiales que podrían, siendo, como son, un inmenso bien, derivar hacia un enorme mal.

Es preciso abrazar el Cambio, pero sin desdeñar el pasado; es algo doloroso que aquel espíritu del 78 que alumbró nuestra Constitución haya saltado en pedazos sin que nada haya venido a sustituirlo, que se sepa, por el momento y hasta que quienes gustarían de planificarnos como a robots, quienes gestionan nuestro metaverso, tengan a bien contarnos otra cosa.

(Extracto del discurso del periodista Fernando Jáuregui en el acto de la entrega del XXVI premio de la ‘Fundación Independiente’ de Periodismo Camilo José Cela, el 20 de diciembre de 2023)

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